martes, 4 de marzo de 2008

UNO. Eres un profesor. Pides un ensayo a tus alumnos que llevará una nota final. El día que recibes los trabajos te das cuenta que uno de ellos te entrega un artículo que te parece sospechoso. Entonces en Google escribes una de las frases más elaboradamente dudosas. Efectivamente, el estudiante ha hecho un cut’n paste descarado y ante esa evidencia de inteligencia tan escueta, decides ponerle nota 1. En el mismo ejercicio pero con otro alumno, te das cuenta que éste ha tomado varias ideas de otros autores sin atribuirlas pero que terminan en un trabajo de gran nivel: síntesis de ideas importantes, relación de conceptos, una clara línea argumental, etc. ¿Qué nota le pones? ¿Es este un plagio entendido como robo o finalmente el estudiante ha sido capaz de sintetizar el conocimiento y transformarlo en algo nuevo?

DOS. En un mundo conectado en nodos comunicativos –donde Internet es solo una muestra- y donde el tráfico de conocimiento es exponencial, estamos cada vez más acostumbrados a oír y discutir sobre samplers, cut’n paste, copyleft, y diversas derivaciones de las problematizaciones del conocimiento y los derechos autorales, pero ¿qué se habla en la educación? Todos pregonan sobre la supuesta importancia de las TIC en la escuela, pero poco se reflexiona sobre las implicancias que ellas tienen en un modelo educativo cartesiano. En este contexto, el plagio sólo es tratado como engaño moral pero nadie se hace la pregunta si hoy, en esta nueva concepción del conocimiento gracias a las TIC, es posible que el plagio quepa como manifestación del saber en la educación.

TRES. (…) ¿Qué, quieren una originalidad absoluta? No existe. Ni en arte ni en nada. Todo se construye sobre lo anterior, y en nada humano es posible encontrar la pureza. Los dioses griegos también eran híbridos y estaban “infectados” de religiones orientales o egipcias. También Faulkner proviene de Joyce, de Huxley, de Balzac, de Dostoievsky…

CUATRO. Aclaremos primero qué se denomina plagio. La RAE lo considera como “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias”. Esto sería, claro, parecido a un robo. Pero me gustaría concentrarme –como Lessig nos enseñó con el copyright- en si las consideraciones de plagio siempre han tenido estas connotaciones negativas a lo largo de la historia. Y la verdad es que son muchas las manifestaciones culturales que se han valido por siglos de un plagio que ha cambiado de nombres (copia, imitación, reciclaje…), pero que en definitiva simbolizan una forma de uso de los saberes, propietarios o no, en la sociedad. Según el colectivo Critical Art Ensamble, “antes de la Ilustración el plagio estaba bien visto. Era útil en tanto que contribuía a la distribución de las ideas”.

Estrictamente hablando, el plagio pertenece a la cultura de después del libro, puesto que es en esa sociedad en la que se puede hacer explícito lo que la cultura de los libros, con sus genios y sus autores, tiende a esconder -, a saber, que la información es mucho más útil cuando entra en contacto con otra información y no cuando se la deifica y se la presenta en el vacío.

En el postcapitalismo, el plagio se lee a través de dos caras de una misma moneda. La primera es una más bien moral. Considerar al plagio como una reacción contra la comodificación (privatización) de los bienes culturales de la sociedad a través de su recontextualización (el ejemplo del colectivo artístico Superflex es muy preciso). La otra cara, la que me parece más interesante para los efectos de la educación, dice relación con la inserción productiva de los sujetos. Si en la economía, el flujo de la producción, distribución y consumo se convierten –gracias a las TIC– en un único acto ininterrumpido, ¿existe espacio para la idea original? En una circulación de conocimientos muchas veces caótica ¿se necesitan más ideas originales si aceptamos que ellas existen? ¿O más bien la sociedad necesita de buenos sintetizadores que con la premura del tiempo productivo puedan insertar sus ideas/productos en el ciclo de la producción, distribución y consumo? La pregunta última, claro, tiene que ver con qué individuos queremos educar y, por sobre todo, para qué.

CINCO. Pero ¿qué se deja atrás cuando se plantea una educación para plagiadores? La respuesta creo que debe hacerse desde la inserción de las TIC en la cultura. En este contexto, se pone en entredicho el conocimiento como objeto ajeno al sujeto, donde el individuo puede aprehender al objeto en su esencia misma, sin connotaciones ni distorsiones. Con las TIC, revolucionariamente, el saber se concibe no como una idea de conocimiento objetivo, sino como producto de la intervención colectiva de sujetos en colaboración (web 2.0). Pero por sobre todo, la idea de autor deja de ser figura exclusiva de principio de coherencia del discurso: el hipertexto llegó para liberar al lector/receptor de la dominación jerárquica de esa fuente de ideal coherencia. En la educación, entonces, ¿tiene sentido seguir considerando al plagio como copia de un autor y saber cartesiano?

SEIS. Si la educación ha de buscar una respuesta, primero no debe escandalizarse con la entrada de las TIC en la vida de los estudiantes. Es imperioso recontextualizar el concepto a la luz de los antecedentes. En este sentido, creo que el plagio al que debemos referirnos no es a esa copia descarada sino más bien a ese trabajo que toma significados culturales y los recontextualiza creando una nueva obra sintetizada. Así, el problema de dar como propia la obra no sería el meollo del asunto, sino el producto que se sintetiza y la recepción de él. Por lo demás, no sería mala idea incorporar al currículum la enseñanza de los Creative Commons como parte de la historia de las ideas pues, en cierto sentido, estas licencias presuponen un saber sintetizado y pueden darle al uso de citas un sentido de colectividad cultural más que de exclusiva atribución individual del conocimiento. Así, si se resignifica el plagio, también deben modificarse lo que evalúan los profesores y sus consecuentes herramientas de evaluación. Si hay consenso en incorporar las TIC en la educación, ¿no sería hora ya de pensar en cómo caben las nuevas lógicas del conocimiento –el plagio como una de ellas- en la educación?

SIETE. Al final de este punteo, no se me ocurre nada mejor que terminar con el que considero gran problema para llevar a cabo una educación para plagiadores: la educación cartesiana propia de nuestra tradición, confiere al conocimiento una atribución de propiedad, es decir, el sujeto “toma” un saber y lo hace “propio”. Y, como ya sabemos, el conocimiento como propiedad privada es el lema del copyright. En esa muralla de tradición, ¿cómo hacemos caber una educación para plagiadores? En eso trabajo. ¿Alguna idea?

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